30 octubre, 2012

¡Analicemos este retrato en clase!


ANTONIETA GARFIEZ

En cierta ocasión, escuché el relato que un desconocido le hacía a su hijo pequeño, mientras tomaban un refresco en una terraza del típico bar del puerto viejo de Algorta. Observé los ojos chispeantes del niño que no apartaban la mirada, ni un segundo, de los gestos que su padre iba haciendo. Esto fue lo que escuché:

“Hace mucho tiempo, cuando todavía había piratas, se paseaba por estas calles Antonieta Garfiez, la auténtica corsaria de Getxo. Tenía una larga y rizada cabellera, tan negra como el parche que tapaba su ojo izquierdo, ese que perdió en una de sus innumerables batallas en los Mares del Sur. ¡Mira que le gustaba contar las historias que vivió con su amigo el pirata Barbarroja! Era feliz relatando que en una de ellas, cuando se enfrentaron al capitán Sable Largo, su amigo Barbarroja le hizo el regalo que siempre llevaba sobre su cabeza, adornado con una pluma arrebatada a la feroz águila de las Islas Caimán Chi. Siempre contaba sus historias al sol, quizá cerca de aquí, para mantener su tez  morena y curtida a lo largo de los años en sus viajes por alta mar. Sólo había que mirarla para darse cuenta de lo divertida y cariñosa que era, siempre rodeada de niños, niñas y también adultos escuchando sus aventuras. Se reía tanto que asustaba cuando abría su enorme boca y aparecían sus viejos dientes amarillentos. ¡Por ellos sí que pasaban los años! Al verlos, todo el mundo se preguntaba: “¿Se los habrá limpiado alguna vez?”. En aquel momento, cogía sobre sus piernas a algún niño que rompía a llorar al instante, seguro que asustado por sus dientes, hasta que le cantaba una de sus alegres canciones, “Ron, ron, la botella de ron...”, y  le apretaba contra su rechoncho cuerpo, abultado como uno de los toneles de sus canciones. El niño se callaba de inmediato al descubrir, sorprendido, el aro de oro macizo que colgaba de su oreja izquierda. Tan dorados como el aro eran sus otros dos tesoros, la hebilla de su cinturón y las de sus zapatos. Mejor dicho, ¡zapatones! ¡Esos sí que eran un par de pies! Sin embargo, qué bien los movía cuando, cantando una de sus canciones, desaparecía bailando por una de estas calles.
Así que abre bien los ojos por si aparece Antonieta Garfiez y podemos escuchar una de sus aventuras”

- ¡Excelente mujer Antonieta Garfiez!- pensé al instante. Y no pude evitar mirar a mi alrededor, temeroso de que la gente estuviera viendo en mí la misma cara que tenía el niño que escuchaba a su padre. Pero sonreí pensando: “¡Qué demontre! ¿Acaso no se puede disfrutar con las historias?”.



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