ANTONIETA GARFIEZ
En cierta ocasión,
escuché el relato que un desconocido le hacía a su hijo pequeño, mientras
tomaban un refresco en una terraza del típico bar del puerto viejo de Algorta.
Observé los ojos chispeantes del niño que no apartaban la mirada, ni un
segundo, de los gestos que su padre iba haciendo. Esto fue lo que escuché:
“Hace mucho
tiempo, cuando todavía había piratas, se paseaba por estas calles Antonieta
Garfiez, la auténtica corsaria de Getxo. Tenía una larga y rizada cabellera,
tan negra como el parche que tapaba su ojo izquierdo, ese que perdió en una de
sus innumerables batallas en los Mares del Sur. ¡Mira que le gustaba contar las
historias que vivió con su amigo el pirata Barbarroja! Era feliz relatando que
en una de ellas, cuando se enfrentaron al capitán Sable Largo, su amigo
Barbarroja le hizo el regalo que siempre llevaba sobre su cabeza, adornado con
una pluma arrebatada a la feroz águila de las Islas Caimán Chi. Siempre contaba
sus historias al sol, quizá cerca de aquí, para mantener su tez morena y curtida a lo largo de los años en
sus viajes por alta mar. Sólo había que mirarla para darse cuenta de lo
divertida y cariñosa que era, siempre rodeada de niños, niñas y también adultos
escuchando sus aventuras. Se reía tanto que asustaba cuando abría su enorme
boca y aparecían sus viejos dientes amarillentos. ¡Por ellos sí que pasaban los
años! Al verlos, todo el mundo se preguntaba: “¿Se los habrá limpiado alguna
vez?”. En aquel momento, cogía sobre sus piernas a algún niño que rompía a
llorar al instante, seguro que asustado por sus dientes, hasta que le cantaba
una de sus alegres canciones, “Ron, ron, la botella de ron...”, y le apretaba contra su rechoncho cuerpo,
abultado como uno de los toneles de sus canciones. El niño se callaba de
inmediato al descubrir, sorprendido, el aro de oro macizo que colgaba de su
oreja izquierda. Tan dorados como el aro eran sus otros dos tesoros, la hebilla
de su cinturón y las de sus zapatos. Mejor dicho, ¡zapatones! ¡Esos sí que eran
un par de pies! Sin embargo, qué bien los movía cuando, cantando una de sus
canciones, desaparecía bailando por una de estas calles.
Así que abre bien
los ojos por si aparece Antonieta Garfiez y podemos escuchar una de sus
aventuras”
- ¡Excelente mujer
Antonieta Garfiez!- pensé al instante. Y no pude evitar mirar a mi alrededor,
temeroso de que la gente estuviera viendo en mí la misma cara que tenía el niño
que escuchaba a su padre. Pero sonreí pensando: “¡Qué demontre! ¿Acaso no se
puede disfrutar con las historias?”.
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